Hubo una época en que los Webshow proliferaban con brío. Los había para todos los gustos y preferencias. Pasearse por internet y descubrir una parrilla incluso más variada que toda la oferta televisiva abierta y de pago juntas era un placer. Época dorada para la creatividad que hacía pensar en el comienzo de una carrera sin retorno hacia la renovación de la industria audiovisual. Libertad editorial, audiencia participativa, rostros renovados, nuevos y atrevidos formatos tanto para la producción como para la publicidad. Locaciones no tradicionales, un pub, un garaje, la propia cocina o el dormitorio podían ser mejor que cualquier set. Intervenciones urbanas en el borde de lo legal. Una buena idea, tecnología al servicio de espectáculo, bajos costos de producción, convergían frente al lente de una webcam iluminada muy básicamente, la misma que tras una postproducción semiprofesional obtenía la textura, la impronta que ponía en jaque a las grandes y ostentosas producciones de su símil: la Televisión.
En ese entonces, maravillosas producciones matizaban una semana completa. Desde deportes, como “El Ultimo Gol Gana” de los cra Cristian Arcos e Ignacio Pérez Tuesta, hasta programas de utilidad pública. Desde las sesiones acústicas de Claudio Valenzuela (Lucybell) hasta la comedia más sicodélica de “Fuera del Aire”. Noticiarios ciudadanos. Programas en vivo, como “Música para hacer el aseo” de DJ Juako Lee o “Ni Tan Late” del cineasta Nicolás López (nuestro Conan O’Brien). Otros en movimiento, como el famoso “Twitcar” de Daniel Fuenzalida, imitado (Twitto, TVN) pero jamás igualado y algunos en constante evolución como el “Weh Show” de @Chehade.Hasta que pasó lo que tenía que pasar. El libre mercado, la ley de oferta y demanda, la libertad de precios, el olfato y la oportunidad. Las agencias de medios y publicidad y sus anacrónicas estrategias de inversión. La piedra en el zapato. El ruido y la disonancia que terminan por confundirlo todo, por distraer a muchos del camino avanzado, sorprendiéndolos con una artimaña más antigua que el hilo negro: la esquina con dos vías divergentes de crecimiento, una rápida y otra lenta. El grande contra el pequeño. La pantalla chica contra la otra más chica.
Que un Webshow pase de Internet a la Televisión no es señal de éxito, sino de fracaso. Es la reafirmación de que en realidad nunca fue un Webshow, apenas un programa de televisión transmitido por internet. Que esto sea un llamado de atención a los realizadores emergentes. Y como dice el dicho, independiente de lo sucedido, aún es tiempo para volver las cosas a su curso. Hoy, más que nunca, el Webshow debe continuar.
(Escrito originalmente para Revista Empresas&Poder)