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¿La Televisión es reflejo de la sociedad o la sociedad es reflejo de la televisión?

La televisión chilena, pese a los diagnósticos apresurados que la declaran obsoleta, sigue siendo uno de los principales modeladores del imaginario colectivo. Basta ver el reciente estudio del Consejo Nacional de Televisión (CNTV), que midió entre agosto y noviembre de 2024 los temas y voces en los noticieros centrales y matinales. Los resultados son un espejo y una advertencia: más del 60% del tiempo está dedicado a noticias policiales, delitos sexuales y corrupción política. Las voces predominantes siguen siendo los conductores y periodistas. Y cuando se integran fuentes externas, 73% de ellas son hombres.

Esto nos lleva a una pregunta fundamental, casi filosófica, pero de enorme relevancia para quienes trabajamos en medios, publicidad, narrativa y transformación cultural:

¿La televisión es reflejo de la sociedad, o la sociedad es reflejo de la televisión?

Esta pregunta incomoda. Nos fuerza a cuestionar el rol de los medios, el tipo de contenidos que priorizan y, sobre todo, su responsabilidad frente al estado emocional y mental del país. Porque si todo lo que vemos en pantalla son crímenes, escándalos y voces masculinas en posiciones de poder, entonces:
¿es eso lo que somos como país… o es lo que estamos siendo entrenados a normalizar?

La dictadura del morbo: ¿informar o adoctrinar en el miedo?

Los matinales y noticieros han evolucionado, sí, pero no necesariamente en una dirección emancipadora. El estudio muestra cómo el aumento de cobertura de delitos sexuales pasó de 4% en 2023 a un alarmante 29% en 2024 en noticieros centrales. Los matinales aún más: 56% del tiempo en esta categoría fue sobre delitos sexuales.

¿Estamos más informados o más asustados? ¿Se está empoderando al ciudadano o se está alimentando la paranoia?

Las noticias se construyen como relatos, con protagonistas, antagonistas, giros dramáticos y emociones intensas. Pero cuando las emociones predominantes son el miedo, el enojo y la vergüenza… estamos frente a una maquinaria que más que informar, condiciona emocionalmente a sus espectadores.

Y no es menor que, en paralelo, las audiencias se vayan envejeciendo, fragmentando o desertando. La televisión sigue siendo masiva, pero pierde autoridad. No por falta de talento, sino por falta de una mirada evolutiva y ética.

La oportunidad perdida (pero aún posible): integrar plataformas con propósito

La televisión chilena está atrapada en un modelo lineal en un mundo circular, donde el contenido ya no se inicia ni termina en una pantalla. Lo que ocurre en el matinal a las 9:00 puede —y debe— tener continuidad en un canal de YouTube a las 14:00, un foro ciudadano a las 17:00, una encuesta en Instagram a las 21:00 y un podcast reflexivo a la medianoche. Pero no ocurre.

La transformación digital ha sido asumida superficialmente por muchos medios: redes sociales como segunda pantalla, y no como parte del diseño integral de una experiencia mediática que invite a la co-creación, a la participación informada y al diálogo entre audiencias diversas.

¿Dónde están las experiencias interactivas que acompañen la cobertura de las elecciones?
¿Dónde está el matinal que incluye activamente la opinión de estudiantes, dirigentes sociales o vecinos?
¿Dónde está la colaboración con creadores digitales emergentes que ya tienen más credibilidad en sus nichos que cualquier rostro televisivo?

La televisión puede reinventarse, pero debe dejar de mirarse a sí misma como la cúspide del ecosistema mediático y empezar a entenderse como una plataforma más en una red de sentido compartido.

¿Para quién se trabaja? Una reflexión sobre clientes, ciudadanía y conciencia editorial

Esta es una pregunta incómoda para muchos ejecutivos y profesionales de medios, pero absolutamente necesaria en este contexto:
¿Quién es realmente el cliente de la televisión? ¿El avisador… o el televidente?

Si el centro de las decisiones editoriales está en el avisador, entonces el contenido se orientará a lo que garantiza rating y retorno publicitario: el morbo, el escándalo, el miedo. Pero si el cliente es el espectador —o mejor dicho, el ciudadano—, entonces la televisión debe pensar en valor, en impacto positivo, en diversidad de miradas, en representación social, en soluciones, no solo en problemas.

Esta tensión entre negocio y ética no es nueva, pero sí se hace cada vez más evidente en un ecosistema donde la ciudadanía exige responsabilidad y autenticidad. El marketing responsable —no solo como disciplina sino como cultura— nos enseña que el éxito a largo plazo no se construye solo con audiencias masivas, sino con relaciones profundas y sostenidas con comunidades que se sienten vistas, escuchadas e interpeladas.

Algunas propuestas desde el marketing responsable

  1. Diseñar contenido transmedia con propósito, donde el relato no se agote en la transmisión televisiva, sino que se expanda hacia plataformas digitales, encuentros presenciales y experiencias interactivas.
  2. Redefinir los KPI del éxito televisivo. Además del rating, integrar métricas de impacto social, diversidad de voces, interacción ciudadana y contribución a la alfabetización mediática.
  3. Capacitar a los equipos editoriales y comerciales en comunicación con perspectiva de género, inclusión, derechos humanos y enfoque territorial. La TV no puede seguir sobrerrepresentando hombres y centralismo.
  4. Crear consejos ciudadanos y observatorios éticos dentro de los canales, con participación rotativa y diversidad social, para retroalimentar las líneas editoriales.
  5. Fomentar alianzas con universidades, ONGs, líderes comunitarios y creadores digitales, para que los medios no sean una torre de marfil, sino una red viva de narrativas sociales.

Una televisión al servicio de la reconstrucción del tejido social

En tiempos de polarización, desconfianza institucional y fatiga informativa, los medios masivos deben asumir su rol como actores culturales, no solo económicos. La televisión tiene una historia en Chile que la conecta con momentos de esperanza, dolor, educación, entretenimiento y catarsis colectiva.

Hoy está llamada a repensarse como un medio para sanar, no para alarmar; para unir, no solo para entretener.

Como consultor, docente, escritor y ciudadano, invito a quienes trabajan en la televisión a hacerse preguntas incómodas, pero necesarias. Porque el futuro de los medios no se juega solo en la competencia por la atención, sino en la construcción de sentido, comunidad y confianza.

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