En 2025, el Premio Nacional de Artes Plásticas se presenta como algo más que un reconocimiento: es una declaración de principios. Entre los tres candidatos que hoy suenan con más fuerza, dos representan caminos muy definidos: uno, el de la política; otro, el de la academia. Y luego está Mario Murúa.
Murúa no responde a partidos, ni a claustros, ni a corrientes que pretendan etiquetar su obra. Es, en el sentido más puro del término, un creador libre. Su trayectoria no se construye sobre cargos, reconocimientos previos o estrategias institucionales, sino sobre décadas de pintura, exploración y riesgo artístico. Es un ácrata en el mejor sentido: alguien que entiende que el arte, para ser verdadero, no puede estar subordinado ni a intereses políticos ni a dogmas académicos.
Para las nuevas generaciones de artistas, su eventual elección sería un mensaje contundente: la creación no necesita permiso. El arte nace del impulso interior, de la experimentación y del diálogo directo con la vida, no de la validación de un comité ni de la aprobación de un partido. Reconocer a Murúa sería recordarles a quienes comienzan que su único compromiso real es con su propia voz creativa.
En tiempos en que la cultura se ve a menudo instrumentalizada, premiar a un artista libre sería un gesto histórico. Sería afirmar que el verdadero valor del arte está en su independencia y en su capacidad de cuestionar, incomodar y emocionar sin filtro ni condicionamientos.
Si crees que el Premio Nacional de Artes Plásticas 2025 debe ser un homenaje a la libertad creativa y no a las estructuras de poder, te invito a conocer y apoyar la candidatura de Mario Murúa en: mariomurua.com

