A muchos de los que estamos insertos en el mundo laboral nos habrá tocado experimentar el cambio de un jefe, el asenso, el despido o la partida de un compañero, ser el nuevo, ver llegar a otro o el retiro de alguien con muchos años en la empresa. Todas situaciones que aunque cotidianas y comunes no pasaron desapercibidas, porque, lo queramos o no, en esa experiencia se crearon lazos y relaciones, nos involucramos superficial o profundamente. Así, frente a los hechos, fuimos capaces de experimentar pena, dolor, frustración, alegría, orgullo, respeto, odio, ira, rabia, envidia… el abanico completo de sensaciones y sentimientos que delatan nuestra naturaleza humana, demasiado humana. Digo delatan, porque más allá del Organigrama, representación gráfica de la estructura de una empresa que enmascara personas tras la jerarquía. Más allá de esta necesidad de agrupar, rayar la cancha, definir roles, establecer procedimientos y procesos en extremo buropatológicos, de lo que trata el trabajo es de energía humana pura. Energía que debe fluir y nunca estancarse.
Para que el trabajo fluya en una organización, debemos dejar de ver a los integrantes como recursos o colaboradores (palabra tan de moda hoy en día) y comenzar a verlos como entes dinámicos interrelacionados, como motores, como aceleradores, verdaderos catalizadores de esta energía que nutre al sistema completo que, en esencia, se comporta de un modo distinto a la suma de sus partes.Debemos eliminar de nuestro léxico todo atisbo de retórica barata inconducente, encapsulada en frases lapidarias como “trabajo en equipo”, no porque no crea en la importancia holística del trabajo colaborativo, sino porque siempre sale de alguien que pretende imponer su liderazgo a priori, anulando el ímpetu de otro que puede ganárselo en base a la meritocracia. Debemos dejar de creer en que “Nadie es imprescindible”, porque sí hay personas indispensables. Olvidar argumentos imposibles, como“Si se abre un espacio, te llamaremos” porque los espacios no se llenan, se buscan, se encuentran, se abren.
Si el cambio de jefe produjo estancamiento, ¡hay que sacarlo! Si el asenso benefició sólo a quien lo recibió, ¡hay que devolverlo a sus funciones anteriores! Si el despido significó pérdida de energía, furor, vehemencia, decisión y claridad ¡tráiganlo de vuelta, que el orgullo nada tiene que ver aquí! Si la partida de un compañero hacia nuevos horizontes desmoraliza a quienes se quedan en la organización¡hay que retenerlo, a mejorarle la oferta! Si eres tú el nuevo u otro y quieren cambiarlo todo ¡Fuera! Si quieren aportar al flujo con su experiencia ¡Bienvenidos! Si el retiro de alguien con muchos años en la empresa deja un vacío ¡a inventar algo, he aquí un imprescindible!
¡Todos permiten! Esa es la consigna. Clave de la interrelación entre las personas, quienes desde su naturaleza distinta, individual e indivisible, con sus diferencias fundamentales y radicales, sus valores y creencias personales se entregan comprometidos al servicio de un todo, donde cada parte está relacionada, profundamente ligada con la otra. Porque el torrente fluye cuando todos permiten que ocurra.
(Escrito originalmente para Revista Empresas&Poder)